martes, 3 de agosto de 2010

ECUMENISMO


Monsenor Fernando Sabogal Viana
Director de el periódico El Catolicismo

En este nuevo año donde se avizoran las contiendas electorales, la comunidad eclesial debe ejercitarse en el diálogo y la reconciliación y para ello recordar lo que significa el ecumenismo, y lo cual puede servir para humanizar las luchas partidistas.
Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos y personas de buena voluntad es uno de los fines principales que se propuso el Concilio Vaticano II.
Por movimiento ecuménico se entiende el conjunto de actividades y empresas que, conforme a las distintas necesidades de la Iglesia y a las circunstancias de los tiempos, se suscitan, se ordenan a favorecer la unidad de los cristianos.
Tales son, en primer lugar, todos los intentos de eliminar palabras, juicios y actos que no sean conformes, según justicia y verdad que, por tanto, pueden hacer más difíciles la mutuas relaciones con ellos; en segundo lugar, el diálogo entablado entre peritos y técnicos en reuniones de cristianos de las diversas iglesias y comunidades, presentando los caracteres de las mismas, por medio de este diálogo todos adquieren un conocimiento más auténtico y un aprecio más justo de la doctrina y de la vida de ambas comuniones; en tercer lugar, las diversas comuniones consiguen una más amplia colaboración en todas las obligaciones exigidas por toda conciencia cristiana en orden al bien común y, en cuanto es posible, participan en la oración unánime. Todos, finalmente, examinan su fidelidad a la voluntad de Cristo con relación a la Iglesia y como es debido, emprenden animosos la obra de renovación y de reforma.Para buscar la reconciliación del pueblo cristiano y la comunión eclesial, ya no se trata de insistir en las contraposiciones sino de preferir caminos de reconciliación y de comunión. La entrada de la Iglesia católica en el movimiento ecuménico exige despertar una nueva conciencia en la búsqueda de la unidad del pueblo cristiano dividido y una amplia revisión de la acción pastoral y evangelizadora. Se trata de cumplir un acto de reconocimiento eclesial en relación con las comunidades de otras tradiciones cristianas y de establecer un diálogo de fe y de esperanza en el amor para que, reencontrada la plena comunión, la Iglesia sea “signo e instrumento de la íntima comunión con Dios y de la unidad de todo ser humano”.La Conferencia en Aparecida ve la comunión eclesial estructurada en círculos concéntricos y formas distintas e interdependientes. Sus miembros, enriquecidos por los dones del Espíritu, ejercen funciones diversas en el organismo eclesial. La Iglesia aparece así como una comunión enriquecida por la variedad de formas idóneas, de carismas y servicios. En el ámbito de esta comunidad deben ser incluidas todas las personas válidamente bautizadas, que por la gracia bautismal y la profesión de fe son miembros del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. La variedad de los dones de Dios concedidos por el Espíritu Santo, la multiplicidad de las personas que los reciben, las diferencias de condiciones y modos de vida, la variedad de pueblos y culturas, las tradiciones propias de las comunidades hacen de la diversidad dimensión integrante de la estructura eclesial. La diversidad no se opone a la unidad. La unidad eclesial es, de hecho, unidad en la diversidad. Lo que se exige es un perenne trabajo de conciliación de la diversidad en la unidad, es la superación de guettos denominacionales o confesionales a fin de llegar juntos a una comunión interdenominacional o interconfesional.No hay verdadero ecumenismo sin conversión interior. Los anhelos de unidad nacen y maduran en la renovación de la mente, de la abnegación de sí mismo y de la libérrima efusión de la caridad.La renovación de la mente supone un acto profundo de reconocimiento de la gracia y de los dones del Espíritu Santo presentes en todos los creyentes sean ellos bautizados en la Iglesia católica o en otras iglesias y comunidades cristianas. Esto lleva a entrar en el diálogo de igual a igual.La abnegación de sí mismo supone la disposición humilde de reconocer los propios errores, pedir perdón y valorar las riquezas espirituales de otras comunidades cristianas.
La libérrima efusión de la caridad supone incluir en el círculo del amor a los cristianos y cristianas, que, educados en la fe en otras tradiciones, han desarrollado prácticas y actitudes diversas de las de los católicos. Esta conversión para la reconciliación vale para todo cristiano y vale para las comunidades e iglesias, ¿por qué no para los políticos?

Fuente El Catolicismo

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